domingo, 3 de noviembre de 2013

"Lo que nunca podré decirte" (Tres)

Si me preguntasen por mi lugar favorito en todo el mundo no lo tendría que pensar mucho: el parque Fate vendría a mi cabeza como una pompa al soplar jabón. Me encanta ver a los niños jugar, el puesto de comida para llevar que hay al lado de mi banco favorito y los cantantes ambulantes que cada día llevan con ellos un ritmo diferente. Por eso me cuesta tanto prestar atención a algo que no sean los árboles que se mezclan con los pocos rayos de sol que se filtran entre las nubes negras que hay hoy en el cielo; o a la música que toca un señor con demasiada barba y muy poca carne.
—¿Estás en este mundo? —Tener a Jim revoloteando a mi alrededor hace que vuelva a poner los pies en tierra firme y deje de mirar los arbustos y los frutos que intentan florecer a pesar del frío y la escasez de sol.
—Sí, sí. ¿Qué pasa? —pregunto intentando mostrar algo del interés que debería tener hacia nuestra conversación sobre su profesor de historia del teatro.
—Pues lo que te estaba diciendo. ¡Nos ha mandado leernos La divina comedia para la semana que viene!
—¿Para qué? Por lo que me cuentas a ese hombre cada vez se le va más la cabeza… —río.
—Porque al profesor de artes escénicas se le ha ocurrido mirar una adaptación de la obra para representarla y quiere que… —se para. Seguramente ahora empezará a hacer una imitación de su profesor— captemos perfectamente a los personajes y empaticemos con el nuestro. ¡Si los protagonistas no llevasen más de ochocientos años muertos podría intentarlo!
—¿Has empezado a leerlo? —le pregunto preocupada. Aunque Jim es un buen actor ha dejado abandonada la parte teórica y su nota del curso depende de ello.
—Vuestra fama es como la flor, que tan pronto brota, muere, y la marchita el mismo sol que la hizo nacer de la tierra ingrata.
—Lo tomaré como un sí —le respondo comprendiendo la cita sobre la obra mientras que pido una botella de agua y me siento en el banco. Me alivia saber que, aunque sea a final de curso, se está esforzando por estudiar. De ello depende que el año que viene podamos irnos a vivir a California juntos. Si no aprueba mis padres no me dejarían irme sola y yo no sería capaz de irme a ningún sitio sin él. Además, llevamos tantos años con ese plan que no he pensado en nada más.
Pasamos casi toda la tarde sentados en el banco, mi banco favorito, hablando sobre las clases. Sin embargo, a medida que avanza la conversación noto a Jim más callado. Normalmente es él el Si me preguntasen por mi lugar favorito en todo el mundo no lo tendría que pensar mucho: el parque Fate vendría a mi cabeza como una pompa al soplar jabón. Me encanta ver a los niños jugar, el puesto de comida para llevar que hay al lado de mi banco favorito y los cantantes ambulantes que cada día llevan con ellos un ritmo diferente. Por eso me cuesta tanto prestar atención a algo que no sean los árboles que se mezclan con los pocos rayos de sol que se filtran entre las nubes negras que hay hoy en el cielo; o a la música que toca un señor con demasiada barba y muy poca carne.
—¿Estás en este mundo? —Tener a Jim revoloteando a mi alrededor hace que vuelva a poner los pies en tierra firme y deje de mirar los arbustos y los frutos que intentan florecer a pesar del frío y la escasez de sol.
—Sí, sí. ¿Qué pasa? —pregunto intentando mostrar algo del interés que debería tener hacia nuestra conversación sobre su profesor de historia del teatro.
—Pues lo que te estaba diciendo. ¡Nos ha mandado leernos La divina comedia para la semana que viene!
—¿Para qué? Por lo que me cuentas a ese hombre cada vez se le va más la cabeza… —río.
—Porque al profesor de artes escénicas se le ha ocurrido mirar una adaptación de la obra para representarla y quiere que… —se para. Seguramente ahora empezará a hacer una imitación de su profesor— captemos perfectamente a los personajes y empaticemos con el nuestro. ¡Si los protagonistas no llevasen más de ochocientos años muertos podría intentarlo!
—¿Has empezado a leerlo? —le pregunto preocupada. Aunque Jim es un buen actor ha dejado abandonada la parte teórica y su nota del curso depende de ello.
—Vuestra fama es como la flor, que tan pronto brota, muere, y la marchita el mismo sol que la hizo nacer de la tierra ingrata.
—Lo tomaré como un sí —le respondo comprendiendo la cita sobre la obra mientras que pido una botella de agua y me siento en el banco. Me alivia saber que, aunque sea a final de curso, se está esforzando por estudiar. De ello depende que el año que viene podamos irnos a vivir a California juntos. Si no aprueba mis padres no me dejarían irme sola y yo no sería capaz de irme a ningún sitio sin él. Además, llevamos tantos años con ese plan que no he pensado en nada más.
Pasamos casi toda la tarde sentados en el banco, mi banco favorito, hablando sobre las clases. Sin embargo, a medida que avanza la conversación noto a Jim más callado. Normalmente es él el Si me preguntasen por mi lugar favorito en todo el mundo no lo tendría que pensar mucho: el parque Fate vendría a mi cabeza como una pompa al soplar jabón. Me encanta ver a los niños jugar, el puesto de comida para llevar que hay al lado de mi banco favorito y los cantantes ambulantes que cada día llevan con ellos un ritmo diferente. Por eso me cuesta tanto prestar atención a algo que no sean los árboles que se mezclan con los pocos rayos de sol que se filtran entre las nubes negras que hay hoy en el cielo; o a la música que toca un señor con demasiada barba y muy poca carne.
—¿Estás en este mundo? —Tener a Jim revoloteando a mi alrededor hace que vuelva a poner los pies en tierra firme y deje de mirar los arbustos y los frutos que intentan florecer a pesar del frío y la escasez de sol.
—Sí, sí. ¿Qué pasa? —pregunto intentando mostrar algo del interés que debería tener hacia nuestra conversación sobre su profesor de historia del teatro.
—Pues lo que te estaba diciendo. ¡Nos ha mandado leernos La divina comedia para la semana que viene!
—¿Para qué? Por lo que me cuentas a ese hombre cada vez se le va más la cabeza… —río.
—Porque al profesor de artes escénicas se le ha ocurrido mirar una adaptación de la obra para representarla y quiere que… —se para. Seguramente ahora empezará a hacer una imitación de su profesor— captemos perfectamente a los personajes y empaticemos con el nuestro. ¡Si los protagonistas no llevasen más de ochocientos años muertos podría intentarlo!
—¿Has empezado a leerlo? —le pregunto preocupada. Aunque Jim es un buen actor ha dejado abandonada la parte teórica y su nota del curso depende de ello.
—Vuestra fama es como la flor, que tan pronto brota, muere, y la marchita el mismo sol que la hizo nacer de la tierra ingrata.
—Lo tomaré como un sí —le respondo comprendiendo la cita sobre la obra mientras que pido una botella de agua y me siento en el banco. Me alivia saber que, aunque sea a final de curso, se está esforzando por estudiar. De ello depende que el año que viene podamos irnos a vivir a California juntos. Si no aprueba mis padres no me dejarían irme sola y yo no sería capaz de irme a ningún sitio sin él. Además, llevamos tantos años con ese plan que no he pensado en nada más.
Pasamos casi toda la tarde sentados en el banco, mi banco favorito, hablando sobre las clases. Sin embargo, a medida que avanza la conversación noto a Jim más callado. Normalmente es él el que hace muchos gestos y habla más de la cuenta, pero hoy está especialmente quieto.

—Jimmy, ¿estás bien? —le pregunto mientras veo cómo mira fijamente al suelo, con la vista perdida. Lleva tanto tiempo observándolo que no me extrañaría que se lo hubiese aprendido de memoria.
—No —dice, pero no quería decir eso, sus ojos y nuestros años de amigos le delatan—. Quiero decir, sí, tengo un poco de sueño. Solo eso. —Será buen actor pero no es tan bueno como para engañar a alguien que le conoce desde hace quince años.
—¿Qué te pasa? —Me mira y noto pudor en su cara—. No te gustará una chica y te da vergüenza contármelo, ¿no? —le pregunto sonriendo para intentar quitarle la preocupación del rostro.
Al ver que no responde decido esperar a que él diga algo. Poco a poco levanta la cabeza y se acerca a mí. Le sonrío, en señal de confianza, sabe que puede contarme cualquier cosa. Pero en vez de hablar acerca sus labios a los míos y, sin darme cuenta, me besa. No me habían besado nunca pero estoy segura de que no debería sentirme así. No me siento cómoda con lo que está haciendo y no soy capaz de responderle. Jim es mi mejor amigo desde que puedo acordarme y nunca ha sido nada más. Me aparto de él.
—No, no, esto no está bien —digo con mucha dificultad. Estoy temblando y ver cómo Jim se aleja corriendo no me ayuda nada. Corro detrás de él para pedirle que me espere. Tenemos que hablar. Había gente que me decía que era imposible que no sintiésemos nada el uno por el otro y cuando yo respondía que sí era posible lo decía sinceramente. Pero claro, no sabía que yo era la única de los dos que actuaba con sinceridad. Sé que no se va a parar excepto que...— Jim, he venido contigo. —Me siento mal por decirle eso pero es la única forma de conseguir que pare. Además, el parque está casi a una hora de la escuela, hemos venido en su coche y el frío es cada vez es más insoportable. Si antes el sol hacía agradable la tarde eso era ahora era solo un cálido recuerdo.
Llegamos al coche y entramos en silencio.
—Jim. —Paro para pensar muy bien lo que digo—. No sabía que tu sentías... —me cuesta mucho hablar, siempre es él el que se expresa —que tu sentías eso por mí. —Tarda un rato en responderme. Está centrado en los coches que van y vienen por la carretera. Incluso yo me doy cuenta de que hoy la carretera está demasiado peligrosa, aun estando en abril la vía se congela fácilmente.
—Olvídalo, ¿vale? —La aguja del velocímetro sube a medida que se frunce la piel de su frente, así que decido callarme. Miro a la carretera y me fijo en los faros de los coches que pasan, evitando mirarle. Avanzamos un tramo largo de carretera sin hablar, él mirando al frente y yo fijándome en los destellos de las luces de los coches. En un momento determinado tengo que apartarlos por culpa de un coche rojo que pasa demasiado cerca de nosotros y hace que ambos nos deslumbremos, haciéndome ver como la noche oscura cae demasiado pronto.


***


Cuando abro los ojos ya no hay coches pasando ni faros deslumbrándome. Siento que todo mi cuerpo está retorcido y de algún lado un líquido cae sin parar. No puedo mirar a otro lado para ver dónde estoy, por qué ha anochecido tan rápido, por qué tengo la cara pegada al suelo negro. Intento hablar para pedir a alguien que me ayude a moverme. No estoy asustada porque no sé lo que está pasando, solo sé que me encuentro mal y el olor a quemado empieza a marearme. No puedo evitar cerrar los ojos y esperar a que me expliquen por qué cada vez el cielo está mas oscuro.

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